Curiosidad y azar
Ariel Prat
Ed: Milena Caserola- Buenos Aires, 2012
Un adelanto del Prólogo
La Historia Sentimental Argentina, su manual, método y desarrollo
tienen en Ariel Prat a uno de sus tambores. En batalla, che, la tropa va
al frente pero siguiendo a los tambores; el ritmo de los parches le
marca el rumbo al resto. Ahí anda el Negro, siempre negro y felizmente
bailarín resentido.
Juglar, trashumante. Ciruja, cebollita,
carrito parlante por las calles del alma más alma. Sabandija, dicen en
el tablón de los borrachos los barras más barras y entrañables.
Resumiendo, una mezcla de negro más negro y el negro más negro, el negro
por negro, a veces da blanco, blanco como el olor inolvidable de los
tilos iluminados de La Plata cantando de levita negra, por supuesto, y
para toda la muchachada; porque no solamente Ariel canta para toda la
muchachada, también la sabe hacer bailar… ¿84, 85?, plena siomería
cultural, emporio del pensamiento pulgar, apogeo de lo exótico y nuestro
Ariel envenenado, de vena nomás, fue preparando el pire ¿O fue después?
Más o menos, da menos.
Sushi y distintos Palermos crecían por entonces en “mi Buenos Aires queridooo”.
Prat es de Villa Soldati, bien criado en Villa Urquiza y a comienzos
del milenio, nada menos, entró a ir y venir de Europa, hasta que frenó
en el Teruel español de los amantes, en España; curiosa madre patria.
Frenar es en este prólogo -porque esto es un prólogo, che- una manera de
decir, porqué en España el Negro siguió siendo negro batiendo el parche
y haciéndole el aguante a tanto trasplante. Rima.
Claro que el
Negro canta, todos lo saben, y que también escribe. Claro y obvio
también es que el susodicho escribe como canta y canta como escribe. Con
toda la voz, con todo el sentimiento y la elegancia que le vino. Un
don, sin duda. Canta con premeditación y alevosía y levanta el trapo en
cualquier territorio; hablando de batallas, vanguardias y tambores. Pero
esto es un libro, nada más que un libro; el primero del Negro Prat. Un
libro libre y claro.
Atado a si mismo, cuidadoso en la forma,
imperturbable en el fondo, rolinga de ultramar en el modo de andar
viendo el dolor y relatarlo. Confiesa en el poema “Terminillo”: “En
algún portal/ De Terminillo, / Rincón tan luminoso. /Cualquier casa/Es
mi casa,/ Y soy tranquilo,/El pibe sabedor”. Antes y después dice más
cosas para temblar o entender por un buen rato, pero hasta aquí está
bien.
Muchachada de a bordo, pasen y lean. A mí, el que
suscribe, leerlo de una me hizo llorar y emocionar de verso en verso,
pero a mí, como al Negro, me gustan los versos; con el agravante de mi
parte de quererlo tanto, al Negro, claro. Sepa usted disculparlo.
Pancho Muñoz.
Buenos Aires, catorce del uno del doce.